domingo, 16 de enero de 2011

Ciudad sin Nombre - Ojos de Luna

Ciudad sin Nombre

OJOS DE LUNA

La sangre caliente se derramó sobre el frágil cuello mientras unos pequeños y azules ojos se perdían lentamente en el universo, contemplando como punto final la grandiosa luna llena, testigo cruel y enmudecida de la partida de aquella dócil alma.

Todos somos víctimas de algo o de alguien, es la cadena alimenticia, es ley de la naturaleza, es mandato draconiano de los predadores; y esta vez, el destino quiso que aquella dócil quinceañera que día a día planeaba el esplendor de su exquisita fiesta desapareciera víctima de la voracidad de una vieja criatura disfrazada de nobleza.

El extraño la había seguido desde que ella se separó de su grupo de amigas las cuales siguieron rumbos distintos en busca de destinos distantes. Pero era a ella a la que le había tocado el fatal desenlace, fue su momento, el tan esperado y rechazado debut que la vida depara.

El extraño levantó el cuerpo marchito, casi momificado; Para él, solamente hacía falta una cosa más, un ritual o una especie de fetiche que por siglos solía repetir; el tributo postrero a la muerte dio inicio cuando aquel mordió el cuerpo inerte que llevaba consigo, drenando esta vez algo invisible cuya ausencia lentamente fue cambiando el aspecto de la momia hasta transformarla en una especie de cristalina materia la cual fue soltada para terminar estallando en mil pedazos los cuales fueron llevados al negro firmamento por un repentino viento proveniente de la nada; el extraño pudo ver como los fragmentos se elevaban del suelo y eran separados uno del otro, de todo aquello que fuera naturaleza, su naturaleza y así se dibujaba en el horizonte un camino invisible hasta la vieja y monárquica dama, en pos del final feliz tan bien narrado en los antiguos cuentos de la humanidad.

Pero en pleno éxtasis, el no muerto percibió una extraña presencia que lo vigilaba, algo suicida para cualquier ser que apreciara su vida, sin embargo allí se encontraba, un fisgón que se movía rápidamente a fin de intentar pasar desapercibido, pero seguramente el pobre ingenuo e ignorante no sabía contra que se enfrentaba. Los sentidos del vampiro comenzaron a trabajar y viajaron por todo el espacio, haciéndose uno con las sombras y sonidos hasta que finalmente se detuvieron en alguien, y ese alguien había decidido detener su loca carrera a fin de revelarse a su “cazador”, avanzando lentamente hasta mostrar totalmente su apariencia; el no muerto escudriñó a su inesperado y negligente “invitado”, se trataba de un ser con apariencia humana, alto, bien vestido, adornando su maduro rostro con una bien cuidada barba, se podría decir que se trataba de todo un caballero; eso estaba bien – pensó el vampiro - pues la sangre “aristocrática” siempre había sabido a delicia y era un bocado bastante apreciado por sus generaciones.

El “invitado” miró a los ojos de la criatura objeto de su curiosidad, inyectados en rojo producto de la sangre del humano sacrificado; reparó en sus vestiduras bastante a la moda, justo al estilo de una clase media superior; se podía apreciar el buen gusto y la extravagancia de aquel ser, cuya bestialidad se escondía perfectamente en aquella mascara de juventud la cual esbozaba y mancillaba con el rojo sangriento y carmesí que teñía labios y rostro cuando era necesario. El “invitado” sonrió.

El vampiro estaba extasiado, siguiendo los “juegos de poder” del “ingenuo” cuando decidió que ya era suficiente, su impaciencia le aguijoneó y se sintió orgulloso de su poder, lanzándose sobre su suculenta presa dispuesto a rasgar su débil piel y a beber su delicada sangre, como tributo bien pagado a la intrusión que había osado realizar; los dientes del no muerto se clavaron en el cuello y algo comenzó a salir del cuerpo del otro, en grandes cantidades, un flujo que se proyectaba al infinito y que terminó por casi asfixiar a la criatura quien perturbada se alejó rápidamente de la presa, babeando copiosamente un liquido cuyo color en nada compartía con el acostumbrado rojo del icor benevolente al cual aquel estaba tan acostumbrado. El vampiro cayó de rodillas y de pronto sintió un estremecimiento proyectado desde su cuerpo y que hacía comunión con las vibraciones de la tierra misma, entrando en desconocida sincronía, resquebrajando las vetustas murallas que encerraban viejos sentimientos de una lejana y olvidada humanidad cuya existencia volvía a recrearse en su mente retomando la vida perdida y renunciada cuyo volumen le estrujaba al irrumpir en el espacio de su nueva existencia, la cual retrocedía al ritmo del terrible movimiento sumiéndola en el hecho de tener que perecer, razón y miedo que superpobló su mente amenazándola con hacerla estallar y dejar los retazos flotando en una blanquecina nada que le hablaba y le contrariaba susurrándole que el miedo no existía. Y así el abismo se abrió dibujando el símbolo del infinito en un lugar sin forma.

Los ojos del no muerto volvieron a abrirse al mundo como si se tratara de un recién nato recibido por los brazos de ésta existencia; se levantó pesadamente, recordando aquel inexplicable y psicodélico sueño que había tenido; de pronto se le dibujó frente a él una pequeña y escondida luna nueva, inocente aun y sin muchos rasgos de grandeza, una recién nacida como él; y ella le hablaba al oído, le susurraba canciones de cuna, y el vampiro la escuchaba atentamente, sin poder apartar sus ojos de aquella ínfima franja; su voluntad no le obedeció por más esfuerzo y poder que pudiera poseer y así detenido el tiempo, el vampiro observó como en el acto la luna comenzaba a crecer de forma indetenible, rebasando cualquier grandeza conocida hasta dotarse de un esplendor insano que despertó en él profunda admiración, desconocido miedo y truculenta desesperación; las pocas fuerzas fueron reunidas en un avance suicida por apartarse de aquella visión pero las sorpresas aún no terminaban pues cuando pudo conseguir su objetivo, el otro plano existencial le devolvía la cara del intruso, aquel que hacía unos lejanos minutos se podía haber convertido en sagrado alimento, sin embargo allí estaba, incólume, esbelto y rebosando de una extraña vida la cual le debía haber sido negada. El vampiro no podía comprender nada, el extraño se acercó solamente para inclinarse y besar la fría frente del no muerto. La noche se sacudió con el grito de mil almas que desconocían el anochecer mientras la luna se transformaba en una gran boca que volvía a cerrar su enormidad hasta retomar la forma de una sarcástica sonrisa.

El destino había comenzado a actuar.

Epílogo:

Jazmín lloraba sin saber el porqué de su conducta; su madre la trataba de calmar por todos los medios pero la pelirroja no atinaba a tranquilizarse a tal punto que casi se desmaya presa de la desesperación pero gracias a la ayuda de un peatón que transitaba por ese lugar, quien ofreciéndose generosamente a llevar a cuestas a la niña, la madre pudo rescatar a Jazmín de su extraño episodio de locura arrancándola de aquel pedazo de pavimento que la ataba. Unas cuadras más allá, Jazmín sintió como los fluidos y sensaciones de su cuerpo se normalizaban, percibió como cesaba el alboroto de su torrente sanguíneo a la vez que su cerebro dejaba de producir pensamiento e imágenes tan luctuosas como las de hace un rato, aquellas que terminaban por socavar su consciente a tal punto de arrebatarla al lugar en donde dormita el miedo mismo, con un sueño tan liviano que el terror la invadía por el hecho de querer cometer el delirio de tratar de despertarlo, sumiéndola en un peligro que ni siquiera su propia madre podría haberla rescatado. Más dueña de sí misma, Jazmín miró a los ojos de su progenitora, ella se encontraba aún en el límite de la tranquilidad y la angustia, la tomo de la mano y le sonrió, la madre desarmó su ansiedad a la vez que la quietud le devolvía el alma al cuerpo. El hombre que las había ayudado ya se había ido, así que ambas luego de estar paradas calmándose una a la otra emprendieron el camino a donde quiera estuvieran yendo; pero mientras andaban y sin que la madre lo notase, Jazmín volvió un poco su cabeza con dirección hacia atrás, hacia lo que dejaba en aquel pedazo intemporal rodeado de cotidianidad, realmente estaba dejando eso o aun lo llevaba consigo o lo haría para siempre por haber tenido el desdichado momento de haber pasado por ese lugar y encima por tener el infortunio de no saber de lo que ella era capaz y haber tenido que descubrirlo de aquella espantosa forma. Un estremecimiento la recorrió contagiando a su madre quien sobresaltada la miró, pero ella estaba preparada, observó a la mujer y le devolvió otra cálida sonrisa.

Afuera, más allá del pensamiento pero tan cercana a la carne, queda relegada una hedionda pared que cubre un viejo terreno en el cual se levantan unas cuantas huacas consagradas por ancestrales pueblos en honor a sus intemporales antepasados y a fuerzas cuyo conocimiento han quedado guardados en la biblioteca inconsciente del olvido. Allí yace una tierra testigo de hechos de todo tipo, viejos y novedosos, allí donde los ancestrales bailaban en honor a sus dioses hoy los jóvenes dedican el espacio a los dioses de la lujuria esparciendo sus líquidos sexuales por doquier, alimentando a la tierra sin querer, alimentándola con almas no natas y vidas no consumadas que cobran existencia y se unen a la consciencia única de la primigenia y depravada madre; allí sin embargo, un nuevo tributo dejaba su huella en un pedazo del sitio, una esencia tan poderosa y tan distinta, tan fuerte que aun se negaba a morir a pesar de que lo estaba hacía tanto tiempo; Allí estaba yaciendo y dejando como testigo al exquisito rojo impregnado en el suelo, dibujado de forma perenne en el tiempo de los olvidados, plasmado por un artista más antiguo y extraño que la “ofrenda”, él era el sacrificante, un heredero de una vieja estirpe la cual vive y supervive para rendir tributos a aquello que han estado antes del dios padre, de la diosa madre, que la humanidad y el tiempo conocido, y que aún permanecen y duermen, duermen sin dormir, sin cerrar los ojos como lo hacen los seres de este tiempo; Y al igual que su divinidad y principio, él comparte la naturaleza de ser un sonámbulo consciente, tal como lo son el resto de su oculta estirpe, todos esperando el momento en el cual el tiempo se revelé más genocida de lo acostumbrado. El precio será pequeño y grande a la vez, para todos.

La Luna nos seguía observando con sus bellos ojos, observaba y sonreía a Jazmín y a su querida madre, lo hacía como lo había hecho con nuestros abuelos y como lo seguiría haciendo con nuestros pestilentes pellejos y corroídos huesos. El hambre acecha. No voltees Jazmín, no lo hagas, no mires, no muestres el resplandor de tus ojos pálidos, tú sigue adelante, hacia la penumbra que siempre te ha cobijado en su velo, reconfortándote con la agridulce soledad. ¿Quién eres Jazmín?

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