domingo, 16 de enero de 2011

Ciudad sin Nombre - Ojos de Luna

Ciudad sin Nombre

OJOS DE LUNA

La sangre caliente se derramó sobre el frágil cuello mientras unos pequeños y azules ojos se perdían lentamente en el universo, contemplando como punto final la grandiosa luna llena, testigo cruel y enmudecida de la partida de aquella dócil alma.

Todos somos víctimas de algo o de alguien, es la cadena alimenticia, es ley de la naturaleza, es mandato draconiano de los predadores; y esta vez, el destino quiso que aquella dócil quinceañera que día a día planeaba el esplendor de su exquisita fiesta desapareciera víctima de la voracidad de una vieja criatura disfrazada de nobleza.

El extraño la había seguido desde que ella se separó de su grupo de amigas las cuales siguieron rumbos distintos en busca de destinos distantes. Pero era a ella a la que le había tocado el fatal desenlace, fue su momento, el tan esperado y rechazado debut que la vida depara.

El extraño levantó el cuerpo marchito, casi momificado; Para él, solamente hacía falta una cosa más, un ritual o una especie de fetiche que por siglos solía repetir; el tributo postrero a la muerte dio inicio cuando aquel mordió el cuerpo inerte que llevaba consigo, drenando esta vez algo invisible cuya ausencia lentamente fue cambiando el aspecto de la momia hasta transformarla en una especie de cristalina materia la cual fue soltada para terminar estallando en mil pedazos los cuales fueron llevados al negro firmamento por un repentino viento proveniente de la nada; el extraño pudo ver como los fragmentos se elevaban del suelo y eran separados uno del otro, de todo aquello que fuera naturaleza, su naturaleza y así se dibujaba en el horizonte un camino invisible hasta la vieja y monárquica dama, en pos del final feliz tan bien narrado en los antiguos cuentos de la humanidad.

Pero en pleno éxtasis, el no muerto percibió una extraña presencia que lo vigilaba, algo suicida para cualquier ser que apreciara su vida, sin embargo allí se encontraba, un fisgón que se movía rápidamente a fin de intentar pasar desapercibido, pero seguramente el pobre ingenuo e ignorante no sabía contra que se enfrentaba. Los sentidos del vampiro comenzaron a trabajar y viajaron por todo el espacio, haciéndose uno con las sombras y sonidos hasta que finalmente se detuvieron en alguien, y ese alguien había decidido detener su loca carrera a fin de revelarse a su “cazador”, avanzando lentamente hasta mostrar totalmente su apariencia; el no muerto escudriñó a su inesperado y negligente “invitado”, se trataba de un ser con apariencia humana, alto, bien vestido, adornando su maduro rostro con una bien cuidada barba, se podría decir que se trataba de todo un caballero; eso estaba bien – pensó el vampiro - pues la sangre “aristocrática” siempre había sabido a delicia y era un bocado bastante apreciado por sus generaciones.

El “invitado” miró a los ojos de la criatura objeto de su curiosidad, inyectados en rojo producto de la sangre del humano sacrificado; reparó en sus vestiduras bastante a la moda, justo al estilo de una clase media superior; se podía apreciar el buen gusto y la extravagancia de aquel ser, cuya bestialidad se escondía perfectamente en aquella mascara de juventud la cual esbozaba y mancillaba con el rojo sangriento y carmesí que teñía labios y rostro cuando era necesario. El “invitado” sonrió.

El vampiro estaba extasiado, siguiendo los “juegos de poder” del “ingenuo” cuando decidió que ya era suficiente, su impaciencia le aguijoneó y se sintió orgulloso de su poder, lanzándose sobre su suculenta presa dispuesto a rasgar su débil piel y a beber su delicada sangre, como tributo bien pagado a la intrusión que había osado realizar; los dientes del no muerto se clavaron en el cuello y algo comenzó a salir del cuerpo del otro, en grandes cantidades, un flujo que se proyectaba al infinito y que terminó por casi asfixiar a la criatura quien perturbada se alejó rápidamente de la presa, babeando copiosamente un liquido cuyo color en nada compartía con el acostumbrado rojo del icor benevolente al cual aquel estaba tan acostumbrado. El vampiro cayó de rodillas y de pronto sintió un estremecimiento proyectado desde su cuerpo y que hacía comunión con las vibraciones de la tierra misma, entrando en desconocida sincronía, resquebrajando las vetustas murallas que encerraban viejos sentimientos de una lejana y olvidada humanidad cuya existencia volvía a recrearse en su mente retomando la vida perdida y renunciada cuyo volumen le estrujaba al irrumpir en el espacio de su nueva existencia, la cual retrocedía al ritmo del terrible movimiento sumiéndola en el hecho de tener que perecer, razón y miedo que superpobló su mente amenazándola con hacerla estallar y dejar los retazos flotando en una blanquecina nada que le hablaba y le contrariaba susurrándole que el miedo no existía. Y así el abismo se abrió dibujando el símbolo del infinito en un lugar sin forma.

Los ojos del no muerto volvieron a abrirse al mundo como si se tratara de un recién nato recibido por los brazos de ésta existencia; se levantó pesadamente, recordando aquel inexplicable y psicodélico sueño que había tenido; de pronto se le dibujó frente a él una pequeña y escondida luna nueva, inocente aun y sin muchos rasgos de grandeza, una recién nacida como él; y ella le hablaba al oído, le susurraba canciones de cuna, y el vampiro la escuchaba atentamente, sin poder apartar sus ojos de aquella ínfima franja; su voluntad no le obedeció por más esfuerzo y poder que pudiera poseer y así detenido el tiempo, el vampiro observó como en el acto la luna comenzaba a crecer de forma indetenible, rebasando cualquier grandeza conocida hasta dotarse de un esplendor insano que despertó en él profunda admiración, desconocido miedo y truculenta desesperación; las pocas fuerzas fueron reunidas en un avance suicida por apartarse de aquella visión pero las sorpresas aún no terminaban pues cuando pudo conseguir su objetivo, el otro plano existencial le devolvía la cara del intruso, aquel que hacía unos lejanos minutos se podía haber convertido en sagrado alimento, sin embargo allí estaba, incólume, esbelto y rebosando de una extraña vida la cual le debía haber sido negada. El vampiro no podía comprender nada, el extraño se acercó solamente para inclinarse y besar la fría frente del no muerto. La noche se sacudió con el grito de mil almas que desconocían el anochecer mientras la luna se transformaba en una gran boca que volvía a cerrar su enormidad hasta retomar la forma de una sarcástica sonrisa.

El destino había comenzado a actuar.

Epílogo:

Jazmín lloraba sin saber el porqué de su conducta; su madre la trataba de calmar por todos los medios pero la pelirroja no atinaba a tranquilizarse a tal punto que casi se desmaya presa de la desesperación pero gracias a la ayuda de un peatón que transitaba por ese lugar, quien ofreciéndose generosamente a llevar a cuestas a la niña, la madre pudo rescatar a Jazmín de su extraño episodio de locura arrancándola de aquel pedazo de pavimento que la ataba. Unas cuadras más allá, Jazmín sintió como los fluidos y sensaciones de su cuerpo se normalizaban, percibió como cesaba el alboroto de su torrente sanguíneo a la vez que su cerebro dejaba de producir pensamiento e imágenes tan luctuosas como las de hace un rato, aquellas que terminaban por socavar su consciente a tal punto de arrebatarla al lugar en donde dormita el miedo mismo, con un sueño tan liviano que el terror la invadía por el hecho de querer cometer el delirio de tratar de despertarlo, sumiéndola en un peligro que ni siquiera su propia madre podría haberla rescatado. Más dueña de sí misma, Jazmín miró a los ojos de su progenitora, ella se encontraba aún en el límite de la tranquilidad y la angustia, la tomo de la mano y le sonrió, la madre desarmó su ansiedad a la vez que la quietud le devolvía el alma al cuerpo. El hombre que las había ayudado ya se había ido, así que ambas luego de estar paradas calmándose una a la otra emprendieron el camino a donde quiera estuvieran yendo; pero mientras andaban y sin que la madre lo notase, Jazmín volvió un poco su cabeza con dirección hacia atrás, hacia lo que dejaba en aquel pedazo intemporal rodeado de cotidianidad, realmente estaba dejando eso o aun lo llevaba consigo o lo haría para siempre por haber tenido el desdichado momento de haber pasado por ese lugar y encima por tener el infortunio de no saber de lo que ella era capaz y haber tenido que descubrirlo de aquella espantosa forma. Un estremecimiento la recorrió contagiando a su madre quien sobresaltada la miró, pero ella estaba preparada, observó a la mujer y le devolvió otra cálida sonrisa.

Afuera, más allá del pensamiento pero tan cercana a la carne, queda relegada una hedionda pared que cubre un viejo terreno en el cual se levantan unas cuantas huacas consagradas por ancestrales pueblos en honor a sus intemporales antepasados y a fuerzas cuyo conocimiento han quedado guardados en la biblioteca inconsciente del olvido. Allí yace una tierra testigo de hechos de todo tipo, viejos y novedosos, allí donde los ancestrales bailaban en honor a sus dioses hoy los jóvenes dedican el espacio a los dioses de la lujuria esparciendo sus líquidos sexuales por doquier, alimentando a la tierra sin querer, alimentándola con almas no natas y vidas no consumadas que cobran existencia y se unen a la consciencia única de la primigenia y depravada madre; allí sin embargo, un nuevo tributo dejaba su huella en un pedazo del sitio, una esencia tan poderosa y tan distinta, tan fuerte que aun se negaba a morir a pesar de que lo estaba hacía tanto tiempo; Allí estaba yaciendo y dejando como testigo al exquisito rojo impregnado en el suelo, dibujado de forma perenne en el tiempo de los olvidados, plasmado por un artista más antiguo y extraño que la “ofrenda”, él era el sacrificante, un heredero de una vieja estirpe la cual vive y supervive para rendir tributos a aquello que han estado antes del dios padre, de la diosa madre, que la humanidad y el tiempo conocido, y que aún permanecen y duermen, duermen sin dormir, sin cerrar los ojos como lo hacen los seres de este tiempo; Y al igual que su divinidad y principio, él comparte la naturaleza de ser un sonámbulo consciente, tal como lo son el resto de su oculta estirpe, todos esperando el momento en el cual el tiempo se revelé más genocida de lo acostumbrado. El precio será pequeño y grande a la vez, para todos.

La Luna nos seguía observando con sus bellos ojos, observaba y sonreía a Jazmín y a su querida madre, lo hacía como lo había hecho con nuestros abuelos y como lo seguiría haciendo con nuestros pestilentes pellejos y corroídos huesos. El hambre acecha. No voltees Jazmín, no lo hagas, no mires, no muestres el resplandor de tus ojos pálidos, tú sigue adelante, hacia la penumbra que siempre te ha cobijado en su velo, reconfortándote con la agridulce soledad. ¿Quién eres Jazmín?

domingo, 2 de enero de 2011

Ciudad sin Nombre-EL CHICO DE LA CAMARA

En un viejo depósito se hallaba una mesa olvidada sobre la cual dormía una gran cantidad de rancio y maloliente café, servido en una sucia jarra, tomando el nombre de repulsivo desayuno. En un momento, el reloj marcó exactamente las siete de la mañana. Él lentamente se levantó del suelo luego de otra noche en la cual había tenido que dormir en el frio y vetusto piso a fin de aliviar el dolor que habitaba en su cuerpo y alma, asumiendo todo el hecho a manera de una curiosa y ridícula penitencia destinada a acallar “las voces” que no le permitían dormir. Bebió el litro de café frío de un solo golpe, probando su amargura y su toque corrosivo que descendía destrozando el esófago hasta inundar la vieja y vetusta bolsa estomacal.

Antes de salir raudamente a “estudiar” él observó al amor de su vida; se hallaba al lado de una pequeña maleta que siempre solía llevar; ella era su compañera fiel, una cámara de video que su madre le había regalado quizá con la intención de que su hijo la usara como distracción y olvidara toda la inestabilidad que siempre le rodeaba; un frio objeto trataría de reemplazar años en los cuales la calidez humana había brillado por su ausencia. Evitando el relacionar a su “amor” con la irónica ironía de su vida, la tomó y guardó dentro del maletín para luego salir de su casa en dirección a la universidad.

Las horas suelen ser una eternidad cuando uno se encuentra dentro de cuatro paredes, rodeado de un grupo de gente cuyo conjunto no te dice nada y que solamente terminas hablando con ellos con gestos y frases de una sola silaba, todo por guardar el decoro y evitar el motecito ya ganado de fenómeno o el acostumbrado e inocente “freak”; aunque eso no le importaba pues él tenía un secreto, un sitio mágico que le enseñaba lo que era la verdadera y morbosa libertad, aquella que condenaba a la gente al mismo infierno cuando terminaba de probarla.

Eran las seis de la tarde, las clases en su apático salón habían culminado hacía bastante tiempo, ahora se hallaba raudamente de camino por una polvorienta senda, solamente a algunos pasos de aquella descuidada y oxidada reja la cual significaba la entrada a otro mundo, su amado mundo, dentro del cual destacaba y se imponía como un ser curioso y a la vez temido, que despertaba las preguntas e interrogantes de los habitantes de aquel ceniciento campus que le acogía contra su voluntad. Amaba el poder y en su “país de las maravillas” podía beber del mismo cuanto le daba la gana.

La entrada estaba vacía, pues la mayoría de alumnos se encontraban engullidos dentro de los úteros de cuatro paredes, presas de un cordón umbilical que los mantenía conectados a la ignorancia de sus catedráticos; aquella mezcla de palabras sin sentido y alabanza personal confundidos en esencia con un supuesto y desfasado alto conocimiento, todo ello era su delicia, y una de las razones por la cual todos los días asistía a aquel lugar. De pronto, su cuerpo se turbó, estremeciéndose un poco pues había divisado la perturbada cara del amargado y prieto nazi que fungía como una especie de seguridad interna o policía secreta de la facultad, pero luego recuperó la normalidad hasta incluso llegar a sonreír sarcásticamente a medida que el agente avanzaba hacia él, y éste también comenzó a mostrar en su rostro la misma retorcida y agria mueca que emulaba a la alegría; en esos momentos él recordó como había sido todo al comienzo, cuando ambos se encontraron por primera vez y pensó que aquello sería el principio y final de toda su obra, pero cuan equivocado estaba pues el miedo repentino le había hecho olvidar que el hombre siempre ha sido un cúmulo de vicios bien escondidos por una alegre y divertida máscara de payaso; y fue así como descubrió el gusto del “prieto” por las fotos de grandes y jugosos traseros femeninos, enfundados en apretadas prendas las cuales dejaban ver los bellos contornos que llamaban a la eyaculación física y mental; ese día no era la excepción, el nazi se le acercó y por millonésima vez le hizo notar la advertencia acerca de la casi total prohibición que el obscuro decano había promulgado contra la presencia de él en aquellos dominios, pero la solemnidad autoritaria se deshizo cuando él le mostró un sobre bastante gordo cuyo contenido intuía aquella vieja alma que en sus adentros lloraba de felicidad. Ambos seres se cruzaron y se dirigieron en distintas direcciones, ávidos de satisfacer cada uno sus depravados apetitos.

Él caminó unos metros más y de súbito una de las aulas se abrió dejando salir a una pequeña criatura femenina de cabello corto, cuyo aspecto tierno resaltaba con la combinación de sus rasgos infantiles y el modelo de sus lentes que le daban cierto aire de intelectual superficialismo. Él ya la había visto con anterioridad, incluso ella le había ayudado, en un afán de parecer buena gente, a introducir la parafernalia de equipos con los cuales solía invadir cada salón, atormentando a los docentes que dictaban sus cursos, algunos impresionados por el interés de aquel foráneo, mientras que en otros despertaban la suspicacia y el paranoidismo de estar frente a algún infiltrado o peor aún a algún ser que se estaba distanciando del mundo real y cuya última ancla para la vida era aquella videocámara que fungía de primera alumna robando el alma de todos los presentes. La pregunta final es y seguiría siendo hasta cuándo se soportaría el nexo entre todos los habitantes, cuando se debilitaría su último ápice hasta que la verdad terminara por aflorar y se dieran cuenta que eran solamente presas de un alma desconocida, sinónimo de creciente inquietud.

La pequeña joven de lentes observó por distintos lugares como buscando desesperadamente, con su cuerpo temblando en espera de hallarse de cara a lo innombrable, hasta que al fin lo vio, parado no muy lejos, con su “amada” sostenida por manos temblorosas; él quiso acercarse pero ella retrocedió hasta verse opacada por la puerta que la ocultó, cerrándose con prontitud y dejando al intruso fuera del cubil de sus presas. Él quedose confundido, no sabía cómo reaccionar ante aquel hecho, había creído que era su amiga, que le entendía, pero ahora huía como todo el mundo; ella no era diferente al resto pero él la sintió más culpable por haberle engañado, furioso retrocedió los pasos avanzados hasta casi desfallecer, recostándose en una carpeta abandonada, la cámara escapó de sus manos y con ello la vida misma pues podía lastimarse; se incorporó para recogerla y en ese momento se dio cuenta que no estaba solo, allí a su costado, un espejo le devolvía su viejo y gastado rostro, distorsionado por una mueca de locura que lo aproximaba más a aquello en lo cual anhelaba convertirse, aquella fugaz visión que cambió su vida; fue entonces que al ver su improvisado reflejo recordó su antiguo nombre, aquel al cual había renunciado pero que aún le perseguía, recordó que su nombre era Adrian y que estaba destinado a ser mitad ángel y mitad demonio, investido para robar las almas de los humanos y reconvertirlos en despojos rebosantes de escoria y lacrosidad.

Unos minutos fueron suficientes para que la mente de Adrian comenzase a pensar en el acto estelar de la noche, un acto de venganza, recreando para sí una teoría que le explicase el porqué de aquel rechazo, tiempo precioso en el cual ato cabos para darse cuenta que una enemiga había despertado y que en su agenda estaba el hecho de perjudicarlo, ella era parte del sistema, aquel alimentado por la plana docente y las autoridades, todos unidos riéndose a las espaldas del patético extraño sin vida que venía a importunar a un lugar que solamente le despreciaba y lo miraba como si fuera un vulgar pequeñajo de la más repugnante materia. Había que tomar medidas drásticas, y esa noche lo haría, sería una advertencia, algo simbólico para aquellos que le maltrataban, aunque implicara el martirizar una inocente. El complejo de culpa trató de salir pero fue muerto de un balazo.

Muchas horas, pocos días, escasos minutos y un millón de segundos, la vida fue corta, el tiempo muere de un hachazo y la frágil persona camina sin temer a las sombras que se forman delante de ella; ésta vez ha optado por tomar un camino distinto al cotidiano pensando que eso le ahorraría tiempo dada lo avanzada de la noche. Delante de ella se dibujó un gigantesco edificio gris rodeado de inmensas murallas protectoras convirtiéndolo en una moderna fortaleza pétrea post - moderna sin vida propia; paradójicamente a su alrededor se levantaba un inmenso bosque creado artificialmente, en un primer momento como una mini reserva de especies bien cuidadas, pero el olvido hace mucho y ahora el caos reptante pareciera vivir en aquella maraña verde de pesadilla; Ella caminó sigilosamente por el medio de la hiedra venenosa y los “azotes de la pasión” aun con exigua confianza, cuando de pronto algo del ánimo que le acompañaba comenzó a experimentar un halo de corrupción, y parte de su alma se tornó de un sabor acido cuando reparó en unos pasos que parecían dibujarse no muy lejos, las cosas que llevaba en las manos fueron de poca importancia, cayeron al suelo mientras emprendía una frenética carrera; no muy lejos Adrian sonrió retorcidamente pues en poco tiempo había logrado alcanzarla, consolidando su primer objetivo, ahora debía soltar totalmente a sus sabuesos internos hambrientos de la carroña espiritual humana.

La lente tropezaba con matorrales y diversas especies, abriéndose camino por esa selva simulada mientras el infrarrojo adaptado a la “reliquia simbólica” brindaba un aire de retro - futurismo malsano a aquella persecución por territorios ancestrales; hojas pasaban una a través de otras y no muy lejos una silueta corría por su vida, describiendo movimientos desequilibrados que trataban de buscar la salida al laberinto primigenio hecho por el hombre. De pronto, él pudo ver como ella caía y se enredaba totalmente en una gran planta de tallos y hojas delgadas y finas, pero con un filo lacerante que atravesaba la piel humana, dejando salir vestigios de la deliciosa sangre que fluía por aquellos surcos de piel que se dibujaban y marcaban la existencia de la frágil victima; Él, Adrian, recordó el nombre especifico de aquella especie, la llamaban el Látigo de Cristo, en asociación con la tortura que recibió el Salvador Cristiano a manos de los enfermizos romanos; la lección de historia fue interesante pero en ese instante primó la maldición proferida contra sí mismo ya que su equipo no pudo captar con gran nitidez aquel momento de súbita desesperación, segundos de lucha que finalmente acabaron cuando toda sangrante, la joven pudo librarse de su prisión y continuó su huida en busca de un sitio que la protegiera.

La cámara captaba sombras que iban y venían y de cuando en cuando espíritus de otro tiempo que se cruzaban en el camino y saludaban al acechador con una antiquísima venia de horror.

La respiración de la víctima se dejaba sentir aún en el horizonte cuando de pronto se acalló cuidada por un inmenso vacío que la devoró tratando de ocultarla, pero todo fue inútil pues la lente finalmente la alcanzó y la vio salir de la espesura para llegar a un gigantesco lugar de barro y piedra, un monumento de otras eras adorado por antiguos hombres que alguna vez murieron luchando por proteger aquel sitio de manos profanas; la lente la vio subir por unas casi imperceptibles escalinatas, vio el polvo que se levantaba a su frenético paso en busca de la cima, en busca de perderse en el seno de los tiempos olvidados. La cámara captaba cada grano de tierra mientras subía rápidamente, filmando insectos ponzoñosos en batalla con poderosas hormigas, hasta que al fin logró filmar la cima y luego el inmenso ocaso de una civilización perdida pues el “monumento” ocultaba una ciudad detenida en el tiempo y arruinada por el mismo, viejas casas y templos servirían de escenario a aquella intemporal o interdimensional persecución que se reiniciaba cuando a lo lejos se pudo ver a la joven quien continuaba su carrera a la vez que se podían escuchar sus gritos delirantes lo cual exacerbó aun más al artista; la lente se vio repleta de una energía sin nombre, avanzó violentamente dejando atrás rocas y pedruscos mudos, casas derruidas habitadas por el matrimonio de la obscuridad y desolación, todo quedó detrás mientras la lente captaba el camino que en pocos minutos se minimizaba distanciándolo solamente a un ápice de su objetivo; la lente ya podía acariciar su alma mientras ella pugnaba por hallar el modo de huir o encontrar a algún solitario que le diera refugio o que la defendiera de aquel lunático; cuando finalmente y de una manera bizarra halló respuestas a sus plegarias; encontrándose al borde de un gran precipicio en cuyo fondo se dibujaban las ruinas de otro antiguo templo; ella lo observó mientras al volverse contempló a la lente que mantenía ya una cortísima y peligrosa distancia, grabando el esplendor de aquel momento final; Adrian estaba repleto de una inmensa excitación pues con esto dejaría un mensaje a sus perseguidores y les daría una muestra de su poder y él mismo se probaría cuan por encima del hombre podía estar pues sabría cómo infundir el miedo y a la vez gozar del sublime éxtasis que le provocaba; el poder del cual tanto apetecía le susurraba cosas al cerebro haciendo más glorioso aquel instante cuya intensidad empujó la cámara fuera de cualquier distracción, enfocándose en la totalidad de ella, en como su rostro distorsionado por el terror comenzaba a armonizar con sus gritos e insultos, dejando salir la sombra de odios y conflictos reprimidos que alocadamente se lanzaban por la boca de la mujer, como si trataran de evitar lo que ya estaba escrito, que el momento final estaba cada vez más cercano. Adrian escuchó en silencio como las palabras brotaban de ella, saliendo de una boca que hasta hacía poco tiempo sólo era una fuente de dulzura y comprensión y que ahora se había convertido en una pileta que exhalaba la vorágine del infierno; era una metamorfosis tan bella que pretendió filmarlo aún más de cerca, aproximándose lentamente ante lo cual la joven enmudeció, y su silencio fue más claro a medida que la cercanía de Adrian se incrementaba; él pudo ver las lagrimas que ahora se derramaban por su rostro, sintiendo entonces la necesidad de experimentar su calidez, sentir el sabor abstracto de las mismas y mezclarlo con el aire de terror que exhalaba el cuerpo de ella; la deformación en su boca avisaba que faltaba poco para lograr su cometido, cuando de pronto el instinto de supervivencia manipulado por el azahar terminaron por jugarle una mala pasada; ella retrocedió con la esperanza de encontrar un camino solido que le permitiera huir, pero en su lugar solamente halló el vacio. Ella cayó y su caída fue eterna y sin dolor; Adrian corrió y alcanzó a filmar en parte a un minúsculo bulto que era devorado por las fauces de otra obscuridad, más lóbrega que la que gobernaba su vida; el golpe fue seco y estrepitoso; Adrian pudo ver en su mente como los huesos se astillaban uno a uno, como los ojos saltaban de sus cuencas y como la sangre brotaba de cada poro de su piel en soberbio estallido, y a lo lejos y como si estuviera filmando, pudo contemplar unos lentes rotos y abandonados que jamás volverían a ser usados. La cámara comenzó a alejarse del vacío y él emprendió su camino de retorno, satisfecho, lento y feliz.

Sin embargo, la satisfacción respiró triunfante con un halo tan ínfimo pues ocurría ahora que Adrian comenzaba a manifestar incomodidad a medida que se apartaba de aquel sitio; le resultaba difícil encontrar la salida y por alguna razón comenzó a hacerse trabajoso respirar aquel aire ancestral. Los pasos perdidos que reptaban por la tela nocturna comenzaron a hacerse cada vez más perturbados hasta flotar desenfrenadamente con el viento. El alma de Adrian se revoloteaba dentro de su frágil carne mientras un incesante dolor comenzaba a carcomer su pecho hasta agujerear su garganta. Algo en él se elevaba desde sus profundos, reclamando ofrendas sangrantes que le manchaban cada parte de su cuerpo hasta verlo reducido a una informe bola de carne supurante. El pensamiento de pronto se desvaneció y Adrian volvió en sí consciente de que ese no era el destino que había imaginado para sí, aquello debía ser algo especial, como él, como su madre le decía que era; seguramente saldría volando del mundo, con las alas robadas a un ángel hasta elevarse a su coronación como Dios-Bestia-Hombre, construyendo su propia trinidad; ahora alucinaba estar más próximo a la consolidación de esa imagen; sin embargo la duda lo volvió a asaltar, y se preguntó si es que todo aquello se tratara de un engaño, si su madre le hubiera mentido, si realmente estaba tan enfermo como ella, si todo se hubiera tratado de un infeliz sueño, parte de un rompecabezas que daba a luz una gran burla cósmica; la sola posibilidad de aquello le hizo preferir no saber la verdad. La creciente inseguridad de Adrian hizo que detuviera sus pasos pues reparó en la incertidumbre acerca del lugar en donde se hallaba, en ese momento fue consciente de que todo lo que existía no era más que obscuridad, santificada y violada de pronto por unos ojos rojizos relumbrantes que desgarraron cruelmente a la penumbra en busca de aquel frágil mortal, indefenso ante ellos, los ojos de fuego que le consumirían o tal vez no era eso, sino el preludio a algo más grande, a ser devorado por la mirada la cual le escupiría, baboso y retorcido hasta ser consciente de su nueva forma, de su nueva existencia más allá de la vil humanidad.

Adrian rió para sus adentros y se preparó para un posible renacimiento. Luego solamente quedó el silencio, una calma mortecina prolongada que pareció no tener fin hasta que ya no sintió su cuerpo, su carne se había esfumado pero seguía siendo él, de eso no cabía ninguna duda; entonces se vio arrastrado por una gran corriente la cual volcó su poderoso caudal en un interminable túnel repleto de sombras de su pasado, eran los acontecimientos de su asquerosa vida; y a medida que veía aquellas borrosas imágenes podía sentir con toda nitidez como un interminable enjambre le agujereaba por todos los rincones de su inexistente ser, porque en ese momento parecía no existir sin embargo podía sentir ese dolor tan real y horrendo que nada tenía de purificador, eran quemadas agobiantes que dejaban invisibles cicatrices que ni el tiempo ni el espacio, ni la misma muerte podrían borrar, reduciéndolo a una débil distorsión de lo que era; pero todo debe tener su final, y a lo lejos parecía perfilarse la salida, Adrian la acogió con ternura pues el hartazgo que disfrazaba al terror que sentía en él lo llevaba ya a colmarse y a desear que todo el viaje terminase de una vez pues estaba realmente espantado acerca del precio final por el hecho de verse renacido.

El camino terminó y Adrian vio a lo lejos un opaco resplandor y en él apareció un paisaje desolador poblado por un único y lejano árbol; de pronto y por un momento él creyó ver la imagen de la chica sacrificada; se trataba de la misma, recostada en el regazo del árbol; de pronto ella se volvió y le miró, pero toda la vivacidad que recordaba de su ser cuando vivía había desaparecido dibujándose una máscara de resignación y tristeza que marcaban su nueva apariencia la cual ya no te decía nada, dejándote ahogado en un cúmulo de desesperanza, como si estuvieras dentro de un purgatorio deformado en el cual la creencia de la redención había desaparecido para no volver jamás; La imagen de ella fue diluyéndose hasta convertirse en una especie de viento frio que le atravesó para luego perderse en la inmensidad del lugar; Entonces, Adrian percibió la soledad, se sintió solo, como nunca antes, y eso que él estaba acostumbrado a gozar de aquella pérfida amante, mas ésta era diferente pues le dejaba relleno de un pequeño hueco dentro de él, uno que crecía en profundidad hasta hacerse más insondable que un vacio interdimensional, y el mismo parecía materializarse en imágenes y pensamientos, haciéndolo tan vivido y amenazante, sintiendo entonces como su esencia comenzaba a contraerlo, autodevorándose, desapareciendo y reduciéndole hasta sólo ser un vil punto en el universo, ahora finalmente él casi no era nada, ya no estaba en un mundo conocido, su propio “cuerpo” lo había enviado a manera de portal a un paisaje estigio, tan cercano y lejano, casi al alcance de sus manos, un instante de gloria que desaparecía en el preciso momento en el cual él trataba de tocarlo, entonces el miedo más enervante se hizo presente ingresando por el écran etéreo, fue la señal para que Adrian se diera cuenta al fin acerca de adonde había llegado y que sería de sí mismo, no existiría futuro ni transformación, no permanecería pues aquel sitio comenzaba a hacerse uno con él, borrando sus sueños, borrándolo a él mismo, nada podía hacer para impedirlo, ni siquiera gritar, al menos ella pudo hacerlo, gozar del sufrimiento, pero ni esa posibilidad se barajaba ahora para él; el sabor cósmico le sobrepasó y en un arranque final trató de decir una frase que lo reconciliará con su vieja vida, una fórmula mágica elaborada por su ya mustio inconsciente, pero era tarde, la prosteridad era para más allá del hecho de decir “siempre” pues “siempre” era un concepto del mundo humano el cual no significaba nada para su “él” actual pues ya no formaba parte del mismo ni de ninguno conocido, Adrian había cumplido su cometido pero no de la forma imaginada. Ya no había más que decir por aquí.

En la calle, un cúmulo de morbosos entes de carne hacían un gigantesco círculo, más allá un imponente camión rojo rodeado por autos de la policía; y en el medio de todo un frio cadáver cubierto con periódicos siendo fotografiado y filmado por infinidad de máquinas y celulares, rameras de la post modernidad destinadas a violar al espacio y a la soledad faltándole el respeto a la desolación, pero allí estaban atrevidas como siempre, grabando para la posteridad; y para terminar la ironía, en la calle, tirada a un lado del cadáver, una cámara de video exhalando sus últimos suspiros antes de verse presa de la distorsión, captando con su ojo sangrante un último cuadro, un objeto inerte estampado en pixeles, reconstruyéndose en una interrogante acerca del porqué de ese engaño, el porqué de esa vida, el porqué del destino, pero como respuesta solamente recibiría un cúmulo de estática y luego una lente fría y obscura consumida por un punto rojo medio brillante el cual lentamente iría desvaneciéndose hasta abandonar la vida útil; no había lugar para garantías ni reclamos.

En la calle ya no reinaba el silencio sino el bullicio y el deseo de ver más muertes, bullían los violadores apetitos de hombres y mujeres mientras el cadáver seguía preguntándose el porqué de todo. La cámara había cumplido su labor, ahora también estaba muerta y en ella descansó atrapada un alma y una emoción que quizá quedaría grabada y desconocida para la posteridad, para todo aquel que quisiera volver a vivir ese ciclo tan extraño; la respuesta ante esto se podría hallar en un futuro, en las manos de una sombra, o en el camino a la sagrada condenación cuyo espíritu se acercaba también, con curiosidad propia de humano.

Hora de la muerte, olvidada; al igual que el nombre de aquel hombre llamado Adrian.

EPILOGO

En el cuarto obscuro se deslizaron dos sombras que poco o nada tenían que ver con la raza humana. El ala de uno de ellos rozó el umbral de la puerta mientras el otro demoró su ingreso al acomodar los huesos que le salían de diversas partes de su cuerpo, dejando caer gotas interminables de una sangre que hedía y corroía, a manera de regurjitable ácido, la de por sí ya hedionda loseta del suelo. Ambos observaron a través de una gran pantalla un cuadro detestable que mostraba a un pobre tipo cubierto en papel periódico rodeado de gente que le observaba lentamente a la vez que ya se iban retirando a un ritmo que delataba su aburrimiento, olvidándolo tan rápido como a las viejas noticias que conformaban el desusado e improvisado sudario que escondía la cara de la muerte. El de las alas se sentó en una silla ubicada en el lado izquierdo de la habitación, descansando su cuerpo a fin de tener más comodidad para poder extraer de uno de los bolsillos de su túnica un envoltorio que contenía una sustancia blanca que dio todo su esplendor al combinarse con la pureza celestial del tipo; ante ese acto, la bestia que le acompañaba soltó una carcajada burlona mientras se volvía nuevamente a admirar la última tarea consolidada por el benévolo artista llamado ángel de la muerte. De pronto, el ser alado comenzó a dar vueltas por toda la habitación, presa de una extraña desesperación, lanzando súbitamente terribles alaridos en una lengua totalmente inhumana; las lamentaciones iban acompañadas por un torrente de sangrientas lagrimas cuya magnitud dejaba un gigantesco charco en el piso de la habitación; su herética desesperanza terminó mezclándose con la repugnancia emanada de la otra criatura quien con una mueca burlona formada en su repulsivo rostro demostraba el depravado compañerismo que profería hacia el otro ser. De pronto, el alado dejó a un lado los gritos, manteniendo el silencio por unos segundos, tiempo sepulcral y mínimamente eterno que culminó cuando de improviso soltó una horrenda risa, dejando caer su cuerpo para luego incorporarse lentamente, riéndose a menor intensidad de tono, manteniendo él también la vista fija en la pantalla. La cosa que una vez fue un ser humano seguía sin moverse. El alado estiró su mano hacia la bestia, mostrándole la extraña substancia, la bestia resopló con fuerza y aquello se difuminó por el ambiente, dejando una marca en el espacio mientras embotaba el escenario y el aire que allí se respiraba; los seres apartaron momentáneamente la vista de la pantalla y sus ojos se perdieron en cada partícula del polvo extraviado y grabado en cada átomo del cosmos; y mientras su atención se centraba en éste nuevo entretenimiento, la pantalla comenzó lentamente a apagarse, primero por los costados, uno a uno hasta que solamente quedó un pequeño cuadro en el centro, exhibiendo al inmóvil protagonista cuyo rostro fue alcanzado a ver momentos antes de que todo terminara por ser obscurecido; era alguien conocido pero fácil de olvidar ya que a nadie le importaba su identidad o trascendencia. Era simplemente uno más.

La pantalla quedó obscura. Hacía frio en el cielo y en el infierno. En la tierra siempre lo ha hecho y continúa haciéndolo, quizá eternamente, siempre lo mismo.

Disaor, el morador de las tinieblas

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