viernes, 29 de agosto de 2008

DOBLE CARA

Ayer jueves 28 de agosto se cumplió un aniversario más del pronunciamiento de la Comisión de la Verdad, lo cual nos trae a la memoria épocas pasadas caracterizadas por el desangramiento que el país afrontó en la llamada “Guerra Popular” desatada por demenciales agrupaciones disfrazadas con el ícono de la revolución, encarando a un estado intolerante, indiferente y ciego, quedando la nación en el medio de estos dos fuegos, especialmente aquellos olvidados, a los que nadie le interesa su existencia, los invisibles, la gente que solamente reaparece en nuestra realidad merced a documentales (Algunos realizados por extranjeros, que demuestran más interés por nuestros connacionales que el mismo ciudadano peruano) o cuando se desatan campañas políticas mediáticas.

Si bien los conflictos sociales que tienen larga data, y que el periodo de la subversión sacó a la luz y en algunos casos agravó, no han encontrado una solución definitiva, sin embargo se trata de hacer ver que los mismos pueden ser cubiertos por estadísticas y noticas grandilocuentes acerca del virtual crecimiento del país; sin embargo estas caretas prueban ser solamente eso, vacías mascaras que caen ante las protestas como las producidas en Moquegua y la Amazonía, que encuentran en la violencia el único medio para poder hacer notar su voz y para que las mezquinas cámaras de los medios los enfoquen. El país aun dista mucho de una verdadera reconciliación y concientización general de lo que atraviesa, como bien representa lo acaecido justamente ayer, 28 de agosto, cuando en plena ceremonia realizada en el Polémico Monumento del Ojo que Llora, irrumpieron violentamente un grupo de partidarios del moralmente malogrado Ex – presidente Alberto Fujimori Fujimori, quienes habían estado convenientemente camuflados y prestos a “despertar” a la hora señalada. Su accionar, el destruir un conjunto de pequeñas representaciones - bolsitas de plástico con tierra, símbolos de los caídos homenajeados - pisoteándolas con saña mientras coreaban sus eslóganes, esbozando pancartas y pintorescas camisetas, provocando a los presentes a entablar pelea con ellos. Finalmente, luego de algunos encontronazos, la policía y el Serenazgo pudieron desalojarlos del lugar y los símbolos profanados pudieron ser nuevamente levantados, reivindicando aquel acto que trataba de celebrar la vida y la sobrevivencia, la memoria de un pueblo que algunos quieren pasar por alto.

Ahora bien, al día siguiente en los canales de televisión, congresistas del partido fujimorista salieron a dar la cara, pero ninguno formuló disculpa alguna acerca de las ofensas realizadas por sus correligionarios, más bien justificaron el acto, mezclándolo con tímidas alocuciones orientadas a manifestar su desacuerdo con cualquier tipo de violencia, aduciendo que entendían a aquellos perpetradores pues comprendían el dolor y la frustración que sentían ante lo que estaban presenciando. Cabe recordar que los actos que tienen que ver con la reivindicación a las víctimas de la demencia terrorista así como de la demencia estatal, es teñida como acciones propias de renegados, traidores a la patria y caviares, quienes son pintados como carniceros dispuestos a devorar el honor de aquellos que defendieron al país en las épocas obscuras de la subversión. Jugando con la confusión, manipulando muy bien sus palabras, los opositores a una justa reivindicación de las poblaciones sostienen un discurso plagado de pura hablantina pero realmente no llegan a ninguna conclusión, ni razonan, ni analizan los hechos, sólo es habla frugal, dispuesta a condenar a una comisión que si bien no debe ser considerada como la salvadora del país (algo que sus antiguos miembros han dicho) sirvió para sacar a la luz una pesada carga que muchos pretenden olvidar; dejando a un lado, como es lo común, a cierta ciudadanía, la cual trae a la memoria cosas que supuestamente hacen daño al país. El reino del encubrimiento por así decirlo.

Ahora bien, la cuestión final que deseo plantear es acerca de realizar una comparación entre el juicio emitido hacia la violencia de los fujimoristas y los que se esbozan ante los actos de reclamo violento de parte de las poblaciones. Si bien la frescura de los congresistas fujimoristas constituye un apañamiento a los actos de sus partidarios, me preguntaba que hubieran opinado si esa violencia hubiera sido cometida en otro lado, reclamando igualdad y beneficios y no la salvación de la imagen de su vetusto líder. Es que acaso, con las opiniones demostradas, ellos llegarían a ver con distintos ojos dos actos que comparten en esencia el hecho violento, optando por la doble valoración, una conveniente para cada “manifestación espontanea”. Hasta dónde podría llegar la podredumbre que arrastra a ciertos sectores.
Hay que resaltar finalmente que muchos pueden justificar los disturbios cometidos en la Ceremonia de Aniversario de la Comisión de la Verdad, lanzando argumentos cuyo contenido giraría en torno a justificaciones como que no se puede comparar en envergadura a un bloqueo de carreteras o a una quema de comisaria con expresiones ligeramente exacerbadas de miembros de un partido; también está la consideración de muchas personas a la imagen del ex - presidente Fujimori por las obras que realizó en sus gobiernos; incluso, al analizar los “levantamientos” populares acaecidos en el transcurso de los días, se les puede acusar de movimientos financiados por intereses privados, azuzados por ideologías anacrónicas perdidas en el tiempo y por pseudo-nacionalistas patrioteros. En fin, serían diversos los argumentos utilizados para justificar y criticar manifestaciones que tienen como connotación el uso de la violencia. Pero pese a todo eso, me pregunto si es justo que mientras se apañe la destrucción realizada por ciertos ciudadanos, al mismo tiempo se condenen los actos de otros, con motivaciones diferentes, pero haciendo uso en esencia del mismo recurso. Si es así, ¿Qué clase de moral rige al país? ¿Seguimos viviendo en el Perú de la Necesaria Hipocresía y Sana Conveniencia? Pareciera ser que la bandera de la corrupción aun ondea fuerte en nuestra realidad, tanto que la recientemente caída Oficina Nacional Anti-Corrupción no aguanto la paradoja. Como solía decirse en tiempos pasados, seguimos viviendo en el País de las Maravillas y quizá sigamos así, sin importar el color de la ideología que salga a proclamarse como salvadora del honor nacional. Ojala que eso no sea así. Espero sus opiniones, las cuales son necesarias e imprescindibles en sucesos como éste, aunque sea para descansar un poco de tantas Tulas y Gisellas.