viernes, 16 de abril de 2010

Ciudad sin Nombre - SUEÑO

CIUDAD SIN NOMBRE
Sueño

Allí se encontró ella, la profesora Adelina Berrineo, experta en Historia de Culturas Antiguas Peruanas, en medio de una disertación acerca de las costumbres y el folklore olvidado del imperio incaico, tema central de su último libro; Su presencia y conocimiento adornaron ese día al viejo auditorio de la facultad de letras de la vetusta universidad, en la cual estudiaba un ente que solía – y aún suele - responder al nombre de Gallagher, cuya presencia también se dejaba notar en aquel antro, aunque de una forma más discreta que los demás. Desde hacía varios minutos, el auditorio se hallaba particularmente lleno y enmudecido ante el discurso de la profesora quien se ufanaba en sus descubrimientos y demostraciones acerca de los errores cometidos por muchos de sus colegas historiadores, en especial en cuanto al descuido al que se había visto sometido el estudio de distintas épocas obscuras del imperio inca, en medio de las cuales florecieron diversos usos que hasta esos momentos habían quedado anónimos al entendimiento y al saber cultural.
Luego de una feroz maratón de palabras y frases cultas, sobrias y entreveradas, el auditorio estalló en un espontáneo tronar de manos que alabaron el trabajo de la profesora. La conferencia fue seguida por una ronda de preguntas que más bien daba a entender una sesión de felicitaciones adornada por algunas dudas o curiosidades antes que por algún cuestionamiento real al trabajo de la expositora. Así, de una manera relativamente patética, culminaba la presentación, algo que Gallagher había esperado durante toda la semana, una espera que terminó en un bocado insulso que le acabó deparando un mal sabor de boca.
A la salida del evento, a unos metros del gentío, la profesora Berrineo se vio rodeada de todo tipo de personas, agradeciendo los comentarios que recibía; Gallagher creyó descubrir entre el séquito al decano de la facultad de letras quien derrochaba amabilidad y patetismo lisonjero hacia la profesora; ese espectáculo era digno de ser atendido en primera fila, al menos para hacer valedero el tiempo perdido, por lo que Gallagher decidió acercarse cada vez más al convite de la susodicha, pero mientras se dirigía a su destino estuvo a punto de tropezar con un menudo y enjuto sujeto quien raudo y sin mirar a quien, también se dirigía hacia el lugar donde se hallaba la profesora Berrineo.
Ante la eventual interrupción, Gallagher se sintió desanimado para seguir en su camino pues si algo detestaba era a los fanáticos enfermizos – por algo había dejado de ir a las iglesias – sin embargo pudo más su curiosidad que la repentina aversión que había comenzado a formarse en él. Lentamente se fue acercando y fue así como pudo ser testigo de la patética escena; la de un pobre y lamentable espectáculo que aun hoy latía en la mente del infame testigo. El mencionado sujeto, aquel del cruce intempestivo con Gallagher, se halló frente a la profesora Berrineo, rellenándola de preguntas las cuales pugnaban por obtener algún tipo de respuesta pero hasta ese momento las interrogantes proseguían sin atención ni solución; una de las dudas plasmadas llamó la atención de Gallagher, una referida a un desaparecido movimiento indígena que aconteció hacía ya muchos siglos y que evocaba la tristeza y la esperanza de una raza perdida. La emoción fluía de la persona del curioso inicial pero sin embargo éste solamente obtuvo como respuesta la apatía de la mujer; No hay que recalcar que el proceder inicial de la profesora terminó por originar perturbación en las primeras reacciones del joven pero por suerte se había percatado acerca del posible aturdimiento que podría estar experimentando la profesora, quizá por el excesivo entusiasmo de sus disertaciones, sin embargo la mala animosidad volvió a quedar confirmada cuando las siguientes preguntas y curiosidades que el chico formuló fueron respondidas con frases lacónicas sazonadas con una expresión de hartazgo que culminó cuando en medio de una frase del interrogador, la profesora hizo caso omiso de él, se retiró de manera abrupta, esbozando un gesto desdeñoso que terminó por sembrar la amarga decepción en el hasta hacía unos momentos ferviente admirador.
Gallagher se había quedado plantado, observando la escena como buen espectador de palco preferencial; viendo los precisos momentos en los cuales la profesora ninguneo a aquel pobre tipo cuyo cuerpo se estremeció a más no poder mientras se veía abandonado e insultado por su otrora “heroína”; y mientras la mujer se retiraba, Gallagher siguió observando al chico, convertido ahora en una especie de frio cadáver viviente, detenido en el tiempo, sin emitir movimiento o sonido alguno que pudiera identificar su dolor, solamente inmóvil, muerto en vida; Luego Gallagher se volvió a la profesora Berrineo, quien se había quedado un poco más allá de su anterior ubicación, conversando afanosamente con un hombre bastante maduro y bien arreglado, posiblemente algún profesor de aquella facultad; haciendo gala de una amena formalidad que contrastaba impresionantemente con la actitud tan distinta a la que mostró en los momentos en que atendió a su inoportuno “admirador”. Cuando la charla se dio por terminada, la mujer enrumbó para irse, caminando con ínfulas que permitían apreciar lo altivo de su actitud, aderezada con una mueca desdeñosa que había adoptado y que posiblemente – según las elucubraciones de Gallagher - parecía siempre acompañarla como muestra de una posible actitud de querer estar por encima de quienes pasaban a su lado como si ellos no se mereciesen caminar junto a ella – ni siquiera respirar el mismo aire o incluso compartir la misma existencia-; Gallagher continuó observándola con el interés que mantiene un científico sobre sus cobayas de laboratorio, lo hacía tan concentrado que olvidó que bien podría resultar inoportuno, manchándose con un tinte de vil acosador, pero mientras elaboraba esos pensamientos, la profesora Berrineo se volvió repentinamente hacia él, encontrándose los ojos de ambos por unos segundos los cuales recrearon la eternidad; por unos instantes, sus almas parecieron conectarse, compartiendo involuntariamente información, sincronizando sus protocolos espirituales, abriendo un espiral de puertas inconscientes; entonces, Gallagher pudo ver a través de los ojos de la profesora, pudo sentir como su esencia inundaba su cuerpo, pudo palpar sus emociones y traumas; él estaba con ella y en ella, en el momento de su nacimiento y aún más allá pues incluso creyó experimentar la futura sensación, el postrero olor de los instantes de su muerte, recayendo en una sensación que le inundó y le dejó marcado con el signo del alfa y la omega los cuales siempre han regido el existir de los mortales. De pronto, Gallagher recobró la conciencia, partiendo de manera apresurada hacia quien sabe que lugar, dejando impregnado en el aire el aroma del ancestral miedo a lo desconocido.
Sin embargo, la huida no apartó a Gallagher de su destino, sino que fue peor pues resultó que ahora se hallaba detrás de los pasos de la profesora Berrineo, contemplando el caminar desgarbado y atolondrado de un ser que seguramente se dirigía por el rumbo de todos los días, sin pretender siquiera volver la vista a lo que sucedía o sucedería a sus espaldas, aunque ahora y al inicio imperceptible, sus pasos terminaban seguidos por el terror impregnado en el humor humano, que había dejado su marca en el ambiente, producto de las anteriores sensaciones experimentadas por Gallagher, manifestándose en signos tan nimios como pueden ser molestos escozores que subían por la boca, sazonándola con una repentina e incómoda acidez la cual trascendía el hecho de un simple malestar gástrico. Todo se trataba de un preludio, una gama de malestares e impresiones que alcanzaron el punto inicial del inconsciente, degenerado nacimiento y crecimiento de aquella curiosidad propiciada por esa mujer quien aún ignoraba el camino sin retorno que su “hedor” desataría.
La profesora se alejaba un poco más y la creciente distancia finalmente pareció aminorar el interés de Gallagher quien repentinamente y como paradójico colofón del asunto decidió emprender la retirada a su casa, procurando dejar atrás todo lo vivido, aunque la tarea no fue fácil ya que a cada momento parecía sentirse más y más inmerso en un ataque silencioso que le estrujaba en el rostro la figura de aquella mujer, cuya existencia se depositaba en él a manera de un parasito intrusivo que destilaba espasmos internos que conmovían su ser, llenándolo de una vida ajena a la suya, sintiéndola tan propia, tan dolorosa, generando una malsana empatía que era el preludio a algo que él tanto rechazaba a pesar de considerarla inevitable. Maldijo el momento en el que se sintió atraído por aquella repulsiva mujer, la maldijo a ella y se maldijo a sí mismo, pero a pesar de esos improvisados “conjuros” nada podría cambiar lo experimentado y lo que luego tendría que experimentar, aquello que ya estaba escrito en las páginas de su vida incluso desde el mismo momento de su nacimiento. Las cosas se encontraban en movimiento ya.
El ruido de una feroz bocina marcó el tiempo exacto en el que Gallagher salió del campus universitario, y mientras se iba no podía dejar de pensar en lo larga que sería su noche aunque si sabía con toda certeza que en ella por fin podría conciliar el tan ansiado y necesario sueño.
El reloj mudo anunció un tiempo y espacio sin nombre.
A primera vista parecía ser un pueblo costero a la antigua usanza que sin embargo se ubicaba tan cercano a la mega urbe pero cuya fuerza aun no conseguía ahogarle en su remolino de post-modernidad. Las construcciones precarias se confundían con casas bien distribuidas y con el aroma de las chacras que se dibujaban a lo lejos, sobrevivientes al desierto y a la amenaza del concreto. Más adentro, dejando atrás el pueblo, abandonando la carretera, ingresando al interior mismo de aquel territorio, cercado por los cerros perdidos, allí se dejaban ver los restos de una ciudadela antigua, testigo de las voces que en un tiempo remoto poblaron los rincones de aquellas vacías piedras que ahora pugnaban por escuchar el susurro de la noche.
Si bien en el pueblo se podía respirar la creciente calidez de la estación, lo contrario ocurría en estos recintos olvidados en cuyos rincones se aspiraba una intemporal gelidez que parecía provenir del centro mismo de los miedos nacidos y guardados en la cálida alma del planeta.
Acercándose cada vez más a un rincón de unos cerros que asemejaban la forma de un anfiteatro, se podían notar unas escaleras cuya presencia databa desde quien sabe que épocas; ellas te invitaban a tomar aquel camino, a reparar en la existencia del mismo, resultando en el llamado a entrar a un viejo e intemporal boquerón cuyas fauces te engullían hasta depositarte en un posible universo antediluviano; en cuyo interior, al final de la senda, se hallaba otra señal de bienvenida, una entrada coronada con un arco de piedra en el cual culminaban los escalones, algo difícil de notar pues aún seguías acompañado de una interminable penumbra la cual quizá no pararía hasta verte sumergido en el final de aquel sitio, cuyo término bien podría ubicarse en las mismísimas entrañas del mundo.
Abrió los ojos; un bizarro escozor recorrió el cuerpo de Gallagher, llevándolo a evocar el momento exacto de su nacimiento. Era como si realmente volviera a nacer mientras recobraba la consciencia y reconocía aquel mundo que le abría sus brazos al ritmo de un coro compuesto de bestiales alaridos proferido por incontables voces. Muy Arriba se dibujaba una eterna y cósmica bóveda adornada por un sinfín de luces pues aquella noche las estrellas brillaban en su totalidad, infaltables como espectadoras para con la cita que el destino les deparaba. Gallagher contempló aquel techo inalcanzable, mientras percibía como el tropel de voces le iba rodeando; inútiles fueron los esfuerzos por querer observar a las personas que se situaban a su lado ya que su cabeza se encontraba inmóvil, solamente podía quedarse fijado en la negrura del horizonte nocturno y las “luces navideñas” celestiales que le acompañaban, anestesiado por el aire que aquellos recintos respiraba, el cual le privaba del juicio, preparándolo para lo que pronto debería de acontecer.
Una fría mano se deslizó debajo del mentón de Gallagher, sintiendo como ella le ocasionaba una ligera presión, así como un discreto forcejeo que al terminar dio por finalizada la inmovilidad de su cabeza; ahora podía incorporarse y rebuscar el origen de aquellas voces que hasta hacía unos momentos se entretenían en practicar extraños e hipnotizantes cantos. A su alrededor, las sombras danzaron invisibles mientras que el silencio comenzó a empeñarse en podrir los tímpanos de inactividad; allí no había nada ni nadie, solo un espacio sin ningún tipo de existencia; por donde mirase no existía nada más que el vacio, o al menos eso parecía. Para cuando Gallagher se estaba resignando acerca de su incomoda soledad, de pronto reparó en una inusual intrusión, allí estaba él, un pequeño y delgaducho visitante que le acompañaba en esos momentos. Un bulto que se asemejaba a un enjuto ser humano, confundido con las sombras del sitio, sigiloso, silente, pero haciendo acto de presencia, regocijando momentáneamente el ánimo de Gallagher; sin embargo aquel se vio de pronto invadido por una sensación de desesperanza pues si bien veía a ese otro ser éste guardaba mas una apariencia de muerto en vida, caminando inactivo y falto de interés, asemejándose a una triste réplica de marioneta o a una vulgar y mal hecha ilusión de humanidad, su presencia en vez de ayudar terminó por generar mayor desesperación. Gallagher seguía estando solo.
Pasaron los minutos, paso un tiempo tras otro; un Gallagher resignado a su peculiar soledad de pronto se dio cuenta que aquel bulto pequeño y insoportable comenzaba paulatinamente a manifestar mayor vida, mostrando pasos tímidos y lentos que le acercaban nuevamente a él. La curiosidad e inquietud se apoderaron del alma de Gallagher, diluyendo lentamente el curso temporal cuya vida era devorada por la certidumbre, por la evidencia y la notoriedad de ese algo que se liberaba de las sombras con las cuales convivía, dibujando luego un conjunto de rasgos que finalmente dieron a luz un rostro, a un cuerpo que satisfacía el deseo de Gallagher de verse acompañado; pero la calidez que el humano siempre brinda de pronto se fue relegando ante la extrañeza generada por el nuevo acompañante, extrañeza que se resumía en el hecho de descubrir que aquel ser era relativamente conocido, Gallagher le había visto antes, se trataba de aquel muchacho, aquel ninguneado por la prepotencia de la profesora Berrineo, el mismo ser que en ese momento fue destruido por el rechazo de su heroína, el mismo humano que ahora se acercaba a Gallagher, llenándolo de una mayor y creciente incomodidad. Pocos metros ya les separaban, luego únicamente fueron centímetros, y finalmente nada, estaban juntos, y en ese lapso de cercanía, Gallagher pudo percibir un extraño hedor que parecía provenir del chico; su olfato que jamás había sido tan sensible de pronto se sintió atiborrado por aquella esencia que subía y se deslizaba por los rincones de la existencia, dejándote sumido en un insoportable y pestilente asco.
Los brazos y piernas de Gallagher pugnaron por moverse pero todo esfuerzo fue imposible; Su cerebro se desbocó y comenzó a impartir órdenes impregnadas y acunadas en el básico instinto de supervivencia que azotaba alocadamente la mente del desdichado, descontrolado, ansioso por escapar, huir de lo innombrable, pero nada daba resultado, era como si la rigidez post mortem se apoderara de un hombre supuestamente vivo. De pronto, los ojos de Gallagher se fijaron en un objeto brillante, cuya superficie reveló súbitamente las imágenes de cuantos estaban a su alrededor, sacándolos de la penumbra y mostrándolos al universo de la depravada vigilia; una cosa fulgurante que se elevó por encima de la cabeza del joven, y que lentamente fue bajando en busca de un cuerpo desdichado, descendiendo sin compasión, guiado por el hambre de carne y sangre, ávido de una vital y depravada comunión. Gallagher quiso gritar pero no pudo, no hubiera podido hacerlo, sólo esperó silente a la hoja que se le acercaba para darle el beso definitivo; ya estaba tan cerca a él cuando de pronto, quizá por unos segundos, lo vio, aquella realidad distorsionada que se presentó en sus últimos momentos, quizá por el hecho de estar de cara a su inminente muerte, sea cual haya sido la razón allí estuvo, esos segundos cruciales e inadvertidos para el vulgo pero que para él significó un instante de confusión coronando la postrimería de su vida; allí estuvo, a la par que esperaba el instante en que su piel besase el frio acero; aquello que vio fue el rostro del terror, demudado, marcado en una cara enjuta cuyos ojos desorbitados le daban el toque inhumano del pavor a la cara de una mujer, el rostro de la profesora Berrineo, reflejada en la superficie de la hoja, en el lugar en el que debía dibujarse el rostro de Gallagher, una cara que se quedó grabada en una psique que pugnaba por comprender que demonios hacía el rostro de una vieja en lugar del propio; pero quizá ya era tarde para entender, ya solamente quedaba una fracción de segundo, un halo de tiempo que no era nada, un tramo que en un santiamén permitió que el ser atravesase el portal, impregnado por una letal pestilencia que ni la muerte misma había podido abolir, y mientras sentía el hedor, del mismo modo comenzó a experimentar el aliento frio que recorría su carne, helando sus huesos hasta ser capaces de quebrarlos y dejarlos a la intemperie, a voluntad de algo intemporal, una sensación que abría una puerta dibujada en el cielo, mostrando un camino de despojos que señalaba la senda a una inmensa luna llena la cual no era como cualquiera, como la vista todos los días que se podía, ésta guardaba un algo, detalles incomprensibles, pero existentes, y la visión se tornó más blasfema cuando de las entrañas de la humanidad surgió una música peculiar que parecía evocar el llanto de millones de condenados que clamaban tristemente por una sanguinaria venganza.
Mirando al cielo lejano, Gallagher creyó ver que la luna se engrandecía en un esplendor adornado con un sangriento color rojizo que le daba el toque distinguido a la reina de la noche. A su lado contempló a un gran número de seres que revelaban aun más su presencia; muchos de ellos llevaban instrumentos los cuales eran puestos en sus bocas, extrayendo melancólicas tonadas que parecían envolver aquel ambiente nocturno, introduciéndose las mismas en lo más recóndito de las células tanto de músicos como de aquellos que no tocaban y solamente se limitaban a escuchar y morir; todos juntos compartían aquella perdición nadando en una exquisita e infame esencia que se mezclaba con el correr del tiempo, lapso en el cual Gallagher experimentaba una mayor cercanía con todos los presentes, sintiendo que las fibras de sus músculos compartían en el movimiento de todos los cuerpos, amalgamando sus sentimientos, impregnándose del ansia del baile, de la danza desenfrenada, del deseo de derramar sangre y bañarse en ella; Estando al lado de todos ellos, Gallagher reparó en el hecho de que había dejado su propio cuerpo para ocupar otro, el de alguien del repulsivo “público”. Sin embargo, a pesar de verse en otro lugar, la duda se apoderó de él, volviéndose cada minuto bastante insoportable, a tal punto que Gallagher decidió abrirse paso entre sus compañeros a fin de poder llegar al altar y así poder contemplar el rostro de un extraño y ajeno moribundo. Dando golpes y empujones, soltando poderosos gruñidos propios de una feroz bestia, finalmente pudo llegar al escenario principal, allí a los pies del mismo se quedo mirando a aquello que se hallaba tendido en la mesa ceremonial; no hubo gritos ni alegría, no hubo nada, solamente un infernal silencio que no se rompía ni con el golpe más fuerte de esta vida, un silencio que era el estandarte de Gallagher, cuyo pétreo rostro parecía haber expulsado cualquier rastro de emocionalidad o sentimiento pues lo que veía frente a él no ameritaba reacción alguna, desconocía como debía reaccionar ante aquello.
En la mesa, se hallaba tendido un ser desnudo, con la parte superior de su cuerpo cubierto de incitante color rojo, tiñendo cartílagos y carne hecha jirones; más arriba se hallaba un rostro seccionado, cuya mitad izquierda se hallaba destrozada, con su carne colgando en retazos, adornada por los huesos astillados que deformaban aun más el espectáculo; del otro lado del rostro, un ojo provisto de depravada vida continuaba observando, nadando en medio de la muerte cuya huella se dejaba sentir en la ínfima existencia la cual aun no había sido totalmente carcomida; ambos lados daban como resultado un infame contraste entre lo degradado y lo normal, como una especie de burla o juego paradójico, como una muestra del arte corporal más vanguardista que se pudiese imaginar. El ojo continuaba observando y lo que más llamaba su atención era la cara de aquel extraño que había llegado a él de una manera tan intempestiva y que ahora le observaba fijamente; la malograda boca trató de articular palabra alguna pero era imposible pues su “contraparte” se hallaba convertida en una masa informe de labios y dientes quebrados. Del otro lado, Gallagher no atinaba a decir nada, que podía decir, ni el mismo se lo creía, era imposible, sin embargo y por más que lo deseaba, no atinó a decir nada, solamente se quedo allí parado, observando el rostro de aquel malogrado ser que resultaba ser él mismo, su propio rostro hecho una endemoniada burla, cuyo ojo aun pugnaba por centrarse en sí mismo, por tratar de decirle algo, por comunicarle su miedo, su confusión, la desesperación que su bizarro brillo intentaba transmitirle, opacado por la sangre salpicada la cual parecía formar extrañas costras resecas en el lado “sano” invitando seguramente al pronto compartir del destino que no admitía escapes de ningún tipo.
De pronto, Gallagher cayó en la ilusión de estar por todos lados, se sentía en cada rincón de aquel malogrado lugar, sin embargo, solamente en uno se veía casi muerto, carente de cualquier fuerza que animara su espíritu disgregado. Gallagher se contempló a sí mismo desparramado en aquel depravado altar, sintió pena por su ser, por el paradójico hecho de vivir y contemplar el hecho de estar muriendo. Pero mientras se rendía a la congoja, Gallagher reparó nuevamente en el gran pedazo de la brillante y rojiza hoja la cual aun se hallaba clavada en medio de su cuerpo malogrado; no dudo dos veces y la arrancó liberándola de su carnosa prisión putrefacta; una vez en sus manos, comenzó a revisarla, sintiendo el otrora calor de la sangre derramada, reparando en las pequeñas astillas de los destrozados huesos las cuales parecían resbalar por el filo del arma, pugnando por regresar al cuerpo del cual habían sido violentados; así se hallaba aquel desdichado cuando nuevamente su pensamiento volvió a turbarse, aun más si eso era posible, había reparado en la superficie de la hoja la cual devolvía el reflejo de la muerte, opaco y mezclado con el carmesí sanguinolento de la arrebatada vida, y allí estaba nuevamente, pese a que la realidad le mostraba lo contrario, sin embargo allí estaba, en el lugar donde yacía parte de sí, solamente que la hoja le mostraba no el reflejo de su alicaído ser sino el fúnebre cuerpo de la otredad, de la que una vez fue la profesora Berrineo.
El sonido de la melancolía se elevó con más fuerza, más triste que nunca, agujereando los corazones y llenándolos de pena hasta el punto de hacerlos explotar para no seguir soportando el peso de las confusas y dolientes emociones humanas. Gallagher sintió que la música le destrozaba el alma, reduciéndola a una burda masa etérea que se contraía aprisionada en un cúmulo de huesos hechos puré, convertidos en la envoltura de una escabrosa e infernal comida.
El arma se hallaba por todos lados, le estaba haciéndole pedazos, disgregándolo por incontables rincones, dándoles una vida ajena y depravada de los cuales él parecía no tener ni entendimiento ni conocimiento. Seres que se ocultaban en lugares y rostros ajenos, como el de aquella profesora cuya cara comulgaba con su esencia malograda.
El ojo estaba vacío, pero continuaba expulsando una vida que seguramente continuaría preguntándose acerca del porqué de todo aquello.
En un determinado momento, una voz se alzó de entre todos los presentes, un susurro que súbitamente se transformó en atroces y repulsivos gritos provenientes de una depravada y cuasi- infantil humanidad. El joven ofendido por la profesora Berrineo, delgado y macilento como el cuerpo de un mendigo adornado por el velo de la inanición, elevó atronadores rezos sin religión, mientras cogía otro cuchillo y lo descargaba con toda su fuerza sobre el cuerpo posado en el altar, terminando por destruir en su totalidad el hueso de la frente, abriendo completamente la parte frontal superior de la cabeza, haciéndolo con tanta fuerza que la hoja terminó por quebrarse en la parte del mango, separándose del mismo, quedando la hoja clavada a manera de una retorcida excalibur, reposando muerta en la bulbosa masa cerebral de la profesora-Gallagher cuyo ojo terminó finalmente por no exhalar nada, ni siquiera recuerdos, solamente un vacio, un hueco que de pronto fue llenado por un infernal alarido. Las voces y los rostros se volvieron en dirección a quien había soltado tamaño ruido; repararon en un lastimero Gallagher cuya mirada se elevaba suplicante mientras que en medio de su cabeza aparecía un singular adorno con la forma de un gran agujero que a manera de fuente expulsaba un interminable y sangriento chorro que teñía el ambiente dándole un poco más de no-vida al mismo.
Las lagrimas y gritos de alegre dolor terminaron por poblar cada rincón de aquella extraña ubicación, para deleite de los espectadores quienes comenzaron a moverse siguiendo la creciente excitación de la desesperación. Los ojos fijos del joven verdugo se posaron en el desgraciado de Gallagher – aquel él del público -, buscando alimentar su morbo, a fin de exacerbarse aun más para su tarea; y fueron esos momentos los que preludiaron al resto de la noche. La filuda hoja, cuya trayectoria se había detenido en el tiempo y en la carne, fue nuevamente convocada por el padecimiento y el sufrimiento plasmado en los alaridos de Gallagher, aunque el miedo de aquel estaba comenzando a aburrir al joven verdugo por lo que este se entretuvo en otras ocupaciones. El pecado debía continuar su noble misión, violentando a la vieja ética, precipitándose en un sinfín de maquinales golpes propinados en diversas partes del ya destrozado cuerpo, desgarrándolo cada vez más, perforándolo de manera incontable e incontenible, convirtiéndolo finalmente en una informe carroña de retazos y grasa, de músculo repleto de coágulos, humanidad al revés que sonreía mientras su sangre se mezclaba con la propia sangre del atacante quien sostenía aquel filo desnudo, apretándolo con gozoso placer, alimentando su mortuoria necesidad, la del arma y la de él mismo. Al ritmo de huesos astillados, la sangre y los pedazos de pellejos se dispararon por todos lados. El rostro del joven verdugo denotaba una feroz e inhumana concentración, carente casi de emociones, aunque en la comisura de los labios se podía notar una excesivamente discreta mueca de placer. La víctima, la profesora-Gallagher, no decía nada, sus ojos proseguían perdidos en el firmamento, en la luna sangrienta que le escupía su destino. El hombre llamado Gallagher, la parte de él que jugaba en el rol de espectador, estalló en infernales gritos por cada golpe propinado por el verdugo; viendo impotente la forma en que sus carnes - al igual que las de su alter ego sacrificado - se llenaban de fisuras y rojizos surcos; cayendo en la cuenta de que no podría moverse pues con los huesos destrozados, las arterias perforadas y los músculos molidos ya no habría nada que hacer ni a donde ir, solamente restaba el hecho de esperar a la misma muerte; y así lo hizo pero extrañamente no se desplomó, siguió sentado, arrodillado, pero no derrumbado ni siquiera por el eterno dolor que le aquejaba y le seguiría aquejando; La voz del silencio terminó por acallar sus gemidos, sumiéndolo en una escalofriante quietud cuya desoladora existencia auguraba que aquel pobre ser quizá había preferido refugiarse dentro de sí, dentro de un limbo instaurado en su cerebro, desconectándole de todo. A pesar de que el mundo se halló en esos momentos por otro lado, sin embargo Gallagher notaba que aún existía un escuálido cordón umbilical que le ataba a la idea del sufrimiento.
Finalmente, la labor había concluido y el cuerpo del altar se hallaba completamente apagado, ya ni el más ínfimo movimiento, ni la más microscópica sensación, nada de eso daba por enterada su presencia, ya ni siquiera parecía humano; entonces, Gallagher reparó en ese instante, el tiempo del momento final, y en ese lapso supo que tanto aquel ser que observaba como aquel que se pudría en la mesa, ambos, él mismo, terminaron compartiendo el llamado del macilento jinete, del barquero, de la parca que aúlla el nombre de los viajeros de la eternidad.
El verdugo se halló impávido, observando su trabajo finalizado, dándole el toque final al terminar unos cortes en la zona del cuello, deshaciéndolo hasta liberarlo de la destrozada cabeza; esta quedó huérfana del cuerpo, a merced de una manos que la cogieron y la levantaron, elevándola a los cielos en ofrenda a la luna sangrante; En ese instante, el joven verdugo pronunció una especie de canto lastimero, cuyas notas viajaron rumbo a lo etéreo, en busca de acunarse en algún rincón del cosmos depravado; Allí se guardaron formando un cúmulo que presionó al mundo hasta hacerlo estallar diseminándose en las mentes de cuantos se hallaban presentes en la existencia; voces traducidas a un deformado idioma ancestral, corrompido por extraños sonidos que conformaban la lengua de lo repelente. Así, en la cumbre del cántico, el joven volvió a observar fijamente a la figura del casi exánime Gallagher, lo observó detenidamente y luego sonrió con una mueca idiota que se burlaba triunfante de los últimos momentos del desgraciado. La cabeza voló por los aires mientras el verdugo lanzaba un grito final e inhumano que fue respondido por todos los presentes, a manera de un llamado de guerra, y entonces todos se lanzaron sobre el cúmulo informe que representaba al cuerpo de la profesora Berrineo- Gallagher, se lanzaron sobre la depravada y seccionada cabeza, todos dispuestos a dar rienda y satisfacción a un hambre humano olvidado por la humanidad “civilizada”. El “otro” Gallagher también sintió el poder de los dientes y poco a poco se dio cuenta de que se iba desvaneciendo en medio de los tirones que invisibles fauces le propinaban; Así, lentamente se fue perdiendo en el banquete mientras que a lo lejos, podía escuchar la voz del verdugo; pero además pudo ver otra cosa, tan notorios, tan femeninos, los ojos de una mujer, antes desdeñosos pero ahora repletos de lagrimas por el destino acaecido, suplicando un malsano perdón que jamás podría alcanzar. Sus ojos eran los suyos, su vida era la suya, sus carnes eran compartidas en un nexo que desembocó en su propia muerte; las fauces visibles acabaron con la carroña mientras las invisibles le borraban del tiempo y el espacio; y al unísono terminaron por desaparecer al desdichado; había llegado el momento de su propia muerte. Gallagher pasaba a la triste historia. La noche terminó.
El reloj dio la alarma, anunciando el aborto del alba. Eran las seis de la mañana y la radio comenzaba con su cúmulo de sin razones. Unos ojos se abrieron y contemplaron un desvencijado cuarto repleto de papelógrafos desparramados por los muros, sujetos precariamente por amasijos desordenados de cinta de embalaje cuyo empuje pugnaba por evitar que aquellos neo-papiros quedasen desparramados por los suelos. En una pequeña mesa de madera descansaban varios recipientes de medicinas a cuyo lado se ubicaban varias recetas y papeles de análisis; más allá y sobre el suelo, se veían desperdigados sobres de tomografías y otros análisis, olvidados a la fuerza en ese sitio, ocultando a la vista sus lúgubres contenidos. Unas manos tomaron un cuaderno, ojos revisaron ciertos apuntes, un cuerpo se incorporó en dirección a un desvencijado espejo el cual devolvió un rostro soñoliento sin deseos de encarar las exigencias del nuevo día. Aquel ser, venido del infierno soporífero de las nocturnas tinieblas al nacimiento del paraíso del amanecer, se mostraba inquieto, la razón para él era obvia, ese día había podido dormir, entonces nada bueno traería ese hecho tan funesto.
Mientras observaba su imagen, comenzaba a gestarse el ritual común para todos los días en los cuales había podido conciliar el sueño, impelido por la culpa que lo llevaba a revisar la mezcla fantástica de hechos que le hacían desgraciado y que lo atormentarían hasta el último día de su pútrida existencia y quizá más allá de la misma. En medio de sus elucubraciones, a su memoria vino también el día del primer diagnóstico, el baldazo de agua que recibió, las palabras sin sentido del médico que poco a poco cobraron forma esculpiendo su funesto destino; nada había que hacer, la enfermedad desgraciadamente no le mataría, pero le torturaría por el resto de su vida, una vida condenada a jamás poder dormir de manera natural, un desajuste cerebral que le impedía conciliar el sueño; su realidad se sujetaría entonces a un cúmulo de químicos que le equilibrarían pero que a la vez lo harían su prisionero, llenándolo de nauseas, de mareos, de escozores, de un humor de presidiario, de un sentimiento de angustia que le destrozaría el alma durante las mañanas que seguirían al sueño artificial; Una y otra vez pensó en la muerte como una forma de conciliar un sueño, el último aunque sea, pero de forma “normal”. En sus “cuadernos secretos” escribió grandes planes exquisitamente concebidos, cartas de despedida, formulas suicidas, pero todas quedaban solamente allí, adornando el tétrico papel; Era muy cobarde para dar aquel paso, aunque quizá se trataba del hecho paradójico de pensar de que una de las pocas cosas que le mantenían con vida era concentrarse en idear su propia muerte. Luego llegó aquel extraño momento, aquella primera vez, cuando cruzó miradas con esa chica, un rostro lejano el cual formaría parte del tropel de imágenes que le perseguirían, caras cuyas impresiones se grabarían en su mente sin posibilidad alguna de ser borradas. Recordó aquellos graciosos y femeninos rasgos, recordó la momentánea paz que sintió en ese momento, pero también le vino a la mente el hecho de haberse visto atosigado con un horrendo sabor que devastó sus papilas gustativas, haciendo insoportable todo, convirtiendo a sus sentidos en prisioneros de la amargura más amarga, creando en él una infernal sinestesia que en ese instante le sacó corriendo del lugar; los recuerdos le hablaron como aquella tarde se debatió en dudas acerca de lo que le había sucedido, y en medio de sus pensamientos, experimentó como poco a poco se fue sintiendo adormitado, algo imposible para él, sin embargo estaba sucediendo, y repentinamente fue feliz, ilusionado pues si aquello era real entonces se vería libre de las asquerosas medicinas y de su hasta ahora vida pasada.
Esa noche durmió, recorrió la tierra de Hipnos, degustando los manjares del viejo arenero, pero lo que aquel ser le guardaba terminó siendo el primer sello de su condena; Un conjunto de sucesos que parecían tan reales lo trasladaron a otro plano de existencia por el cual discurrió, como si mientras su cuerpo descansaba su alma o lo que sea que fuese terminaba extraviada en aquel bizarro universo; y aquel mundo lentamente se fue distorsionando, y lo que vio le horrorizó más que todas las medicinas y tratamientos del mundo, y allí maldijo el hecho de haber podido dormir, y ansió despertar de una vez, pero eso le resultó imposible; la eternidad se apoderó de su ser y lo hundió cada vez más en un agujero sin fondo; todo parecía impregnado de un halo de desesperanza cuando repentinamente sus ojos se abrieron dándole a luz al nuevo día; visiblemente perturbado se levantó y se dio con el reloj el cual marcaba las 7 de la mañana; la hora de los sueños había terminado y el costo del mismo resultaría bastante elevado como luego lo comprobaría. Entre feliz y perturbado, encendió la televisión y una noticia dominaba la primera plana, un rostro demasiado familiar, unas heridas y cortes que le parecían tan conocidas, que reproducían en su mente un hecho que debió haberse quedado en el mundo de los sueños y que en ese momento le destrozó aun más su alicaída realidad. Y así las sombras pasaron, tan lejanas pero a la vez tan cercanas, llegando al presente de nuevo, regresándolo al día actual.
La radio emitió un feroz guitarreo por sus ondas devolviendo a Gallagher a su propia imagen reflejada en su viejo espejo. La mañana siguió su curso con el aseo respectivo y el desayuno, para ese tiempo Gallagher había dado cuenta de la radio y entretenía su vaso de yogurt con el pasmosamente excéntrico noticiero de un reconocido canal televisivo. En medio del ajetreo político de los comentarios se erigió de pronto una noticia de último minuto la cual daba cuenta de un horrendo hallazgo, el cuerpo de una mujer mutilada en un grado excesivo, a tal punto que los locutores rogaron prudencia a los espectadores, anunciando que las imágenes que se iban a transmitir bien podrían herir las susceptibilidades de los más sensibles; una vez terminada la advertencia se desató la orgía mediática. El cuerpo estaba hecho tirones, compuesto por partes desgarradas distorsionadas leve y discretamente por el canal a fin de quedar políticamente bien pero sin perder el exquisito morbo que caracterizaba sus transmisiones ya que ello les permitía alcanzar el rating necesario para superar a la competencia. Las partes malogradas desfilaron pero de pronto la atención de la cámara se centró en un singular e importante elemento, enfocándose en la funeraria y desfigurada cabeza la cual se hallaba botada en un extremo; la cámara se acercó lentamente, pretendiendo no perder ningún detalle de aquella bizarra cosa, disminuyendo paulatinamente la benevolente distorsión protectora hasta el momento en que su ausencia dio paso a la claridad; de nada importó que fueran las “primeras” horas de la mañana ni que en ese momento hubiera una considerable audiencia de familias degustando su desayuno; ese día lo repulsivo se mostró en todo su esplendor; y así fue que llegó el instante en el que lo escabroso de la muerte dejo ver su belleza, transfigurando aquella cosa, devolviéndole a la vida la cual le permitíría “observar” aquel mundo negado ya para ella. En esos instantes, seguramente las personas se hallarían en sus casas, sumidos en el interés y el escándalo respecto a lo que estaban viendo, pero seguramente nadie notaría aquella invisible chispa que provenía de aquel ojo muerto cuya órbita casi colgaba de su repelente cuenca; hasta hacía unos instantes seguramente él rebosaba de vida, proyectando el alma, brillando con las emociones, repudiando con el fulgor del desdén, etc.; Aquel ojo junto con su pervertido hermano alguna vez sirvieron como directores de orquesta dando los primeros pasos, moviendo la batuta invisible que anunciaba y conducía a la orquesta del desprecio cuya sinfonía cayó brutalmente sobre muchos, dentro de los cuales se incluía un inocente joven; Aquellos ojos que en un tiempo parecieron los propios y que en un momento lo fueron, ahora eran mezcla de soberbia derrotada y transformada en una súplica acallada por los funestos cuchillos y el hambre de la multitud, cuyos dientes terminaron por agujerear aun más la carne y roer los pedazos de hueso que saltaron fuera de su carnoso ropaje. El cadáver no tenía forma ni fondo pero él sabía quién era; Una mujer que hasta hacía solamente un día se hallaba viva y que ahora encontraba su ser reducido a la nada, todo porqué, por servir de pago a unas simples horas de haber podido cerrar los ojos; ella fue parte de la rutina, de un sinfín de hechos conectados, como los que ocurrían siempre que él cerraba los ojos, momentos malditos que posiblemente le unían a algo más grande y desconocido que el hombre, a un todo incomprensible que le buscaba, que acudía al llamado secreto que se iniciaba cuando el sueño se depositaba en su mente; quizá todo era parte de un gran plan de muerte cósmica, quizá era el heraldo del ángel de la muerte o el de algunas criaturas abortadas de este mundo por la lógica; en fin, habían tantas posibilidades que tal vez nunca se agotarían, muy por el contrario en lo relacionado a su tiempo aunque por suerte “la alarma interna” de su ser lo golpeó nuevamente sacándole de sus nuevas ensoñaciones.
El reloj dio ya las 8 de la mañana, muchas cosas debían hacerse ese día. Gallagher salió de su habitación presuroso, dejando el cuarto semi-desordenado, poblado solamente por objetos; Y entre diversas cosas, en un rincón, se ubicó un libro el cual estaba abierto y poblado por varias líneas que resaltaban algunos párrafos del texto; la obra resultó ser un tratado de psiquiatría; el texto resaltado aludía a tópicos como el de asesinos sonámbulos, onirismo, estados crepusculares, terrores nocturnos y cuadros psicóticos. La habitación había quedado vacía.
Las horas pasaron una tras otra consumiendo la rutina y el trajín del campus, como ya era costumbre en cada día que formaba parte de la historia del mundo; entonces el transcurrir del tiempo llevó los hechos a las 13 horas del presente día. Gallagher subió hasta un tercer piso en el cual se hallaba una moderna cafetería, allí revisando el menú y la lista de platos a ofrecer dio finalmente con los componentes que constituirían su almuerzo. El ambiente de ese momento resultaba bastante acogedor y la comida estuvo particularmente exquisita, además en el tiempo que siguió al buen comer, Gallagher aprovechó para seguir ocupando su mesa, ensimismado en algunas tareas académicas pendientes; fue en ese instante en que un hecho lo saco de su precaria concentración; En una mesa contigua, un mozo cayó bruscamente al suelo, se trataba de un joven trigueño cuya cara se hallaba totalmente sacada de tono producto del poderoso golpe que había recibido en el rostro; su piel se descubrió rebosante de sangre y de la magulladura que el impacto le había producido; parado frente a él se encontraba un tipo de tez blanca el cual exhibía un rostro deformado por la ira que sentía mientras lanzaba terribles gritos compuestos por alusiones raciales insultantes cuyo blanco resultaba ser el caído; la situación se prolongó por unos minutos luego de los cuales el muchacho agredido se retiró de la escena, visiblemente dolido, pero con la necesidad de retomar su trabajo; el sujeto agresor se sentó nuevamente en su lugar, rodeado de un sequito de amistades, mientras proseguía en sus comentarios ofensivos y burlas, pese a que su “victima” ya se había largado. Gallagher no pudo dejar de observar a aquel bastardo, una mezcla de curiosidad y atracción por el lado imbécil de la humanidad lo ancló en aquella posición mientras continuaba el estudio enfocado en aquel pedazo de purulenta carne con vida; de pronto los ojos de aquel tipo se encontraron con los de Gallagher, fue un conjunto de miradas que se enlazaron y pugnaron por no soltarse; Gallagher se halló prisionero de aquel repulsivo ser en cuyos globos oculares repentinamente comenzaron a dibujarse extrañas sombras, pedazos de una vida simple y aburrida, repleta de frivolidad y marcado intelectualismo barato que trataba de disfrazar el vacío existencial de aquel individuo, todo ello se rebelaba mientras proseguían los ojos fijos, engarzados en la mirada con los del otro, comunión de extraños, ridícula e intimidante pero necesaria e interminable; de pronto los acompañantes del tipo se dieron cuenta de lo que ocurría, miraron al “rarito” y miraron a su amigo quien al reparar en su grupo se sintió recuperado de aquel improvisado “choque”; él arqueó sus cejas en señal de molestia, se incorporó de su asiento y se dirigió dispuesto a encarar al mirón, respirando violencia por todos los poros de su piel; así se dirigió con dirección a Gallagher cuando de pronto se detuvo, sus manos tocaron su pecho, sus ojos mudaron de rojo fuego a una claridad azul que parecía nadar en una desconocida obscuridad, una advertencia recorrió su cuerpo mientras se volvía sin explicación alguna hacia su mesa; Gallagher le continúo observando, aun ensimismado en el acto que venía realizando cuando de pronto su corazón comenzó a revolotear, su respiración se hizo dificultosa y por un instante su vista pareció nublarse; era su ser más profundo el que le advertía, le hacía pre-consciente acerca de lo que iba a pasar, la historia comenzaría de cero nuevamente, otras horas de sueño estaban garantizadas y él tendría que soportarlas.
Gallagher se levantó de manera intempestiva, como si tuviera que encarar algo inevitable, recorrer un camino del cual no tendría escapatoria, arrastrando con él a alguien más pues era necesario ya que la muerte cobraba caro por sus favores.
Gallagher salió corriendo del lugar, dejando una atmosfera de perturbación que duró unos eternos segundos. Y mientras aquel desesperado “actor” se alejaba del escenario, otro sujeto salió de un costado de la cafetería, resultando ser el mesero anteriormente agredido cuyos ojos siguieron al confundido Gallagher; su mirada curiosa de pronto comenzó a transfigurarse y su rostro terminó por convertirse en una cosa distinta y tan conocida, dejando ver las facciones inocentes de un joven que irradiaba amena curiosidad, y cuya estructura facial por fin acomodada dio por evidente el increíble parecido con aquel pobre chico ninguneado por la malograda profesora Berrineo; pero las cosas no quedaron allí pues luego de los instantes en los que la cara del mozo se había convertido en la de aquel otro sujeto ocurrió que raudamente volvió a mudar forma transformándose en una mancha blanca sin rasgo alguno, un acto fugaz que paso desapercibido para el ojo humano aunque eso no significaba que aquello realmente no se estaba dando ya que era todo lo contrario, estaba sucediendo, siguiendo su derrotero hasta que finalmente la “mancha” volvió a la apariencia primera del mozo ahora adornada por un nuevo elemento, un gesto que aludía burla y malsano regocijo, y lo era pues comprendía lo que esa noche pasaría; la señal había sido lanzada y ella era la guía que acompañaría a los convidados a un camino que aun sobrevivía a la humanidad desde épocas innombrables, siempre estaría allí en espera de los invitados, aún cuando el mundo ya no fuera lo que ahora es, y más allá de ello, de mundos y existencias, seguiría conectado a aquellos elegidos, sean quienes sean pues se trataba de los portadores del gen de la locura primigenia, universal y eterna, cuyos destinos inaceptables se dibujaban de distintas maneras, compartiendo la diversidad con aquella otredad conectada y beneficiada al bizarro mecanismo.
La mueca burlona del mozo continuó mientras a lo lejos Gallagher proseguía su huida, con la seguridad en su mente de que aquel nuevamente sería un precioso día para dormir, tan similar y distinto a todos los demás que se le parecían, días que le sumían en la negación, en no aceptar los hechos, aunque él en lo profundo de su infierno intuía la verdad, pues ella estaba grabada y codificada en la materia de su manchada alma la cual libraba una guerra con su pensamiento lógico a fin de entender la implicancia de los hechos, fantaseando en racionales ilusiones clínicas que le protegían de seguir siendo atormentado con una distorsionada realidad nacida de una irrealidad que algún día posiblemente le sumiría permanentemente en aquel sueño y el sería la víctima final, y terminaría perdiéndose en el interior de aquellas imágenes malsanas; la pesadilla no tendría fin y por fin descansaría, dormiría en el agobio para toda la eternidad, al menos esa era su desesperada esperanza.
Es bien sabido que el hombre no puede permanecer privado de sueño por tanto tiempo pues se arriesgaría a la inanición o a la locura, dos fenómenos que convergían en la muerte; entonces el sueño era lo que nos separaba de la desaparición. El sueño era la barrera que nos separaba de la muerte, el sueño era garantía de vida y de cordura, o al menos eso se solía pensar… hasta ahora.

1 comentario:

Libro Abierto dijo...

"Es bien sabido que el hombre no puede permanecer privado de sueño por tanto tiempo pues se arriesgaría a la inanición o a la locura".....
Yo pienso un poco diferente, creo que la locura es vivir en un constante estado de sueño, es abstraerse de la realidad y vivir en su burbuja mnetal, imaginaria.

Bueno podrìamos discutir el tema, peor creo que lo importante es tu narraciòn que es entretenida y my buena.
Slds
Libro Abierto
http://libroabiertoperu.blogspot.com/
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